martes, 30 de marzo de 2010

EL SUICIDIO DE MAURO

Ayer leía en el blog de Miguel, la historia de su frustrado suicidio y se me vino a la mente mi querido amigo Mauro.
Esto pasó cuando teníamos unos 19 años, el era un chico alto y delgado, con el cabello castaño cayéndole sobre los ojos, se vestía de negro y le gustaba hablar sobre la muerte. Como verán era un emo en una época en la que aun no había emos.
Nos inspiraba ternura a las mujeres y todas lo cuidábamos y nos preocupaba horrores cuando decía que la vida no valía la pena, que solo se encontraba la paz en la muerte etc etc. todo ese rollo sombrío que unido a sus lindos ojos tristes nos tenía pendientes de el.

Una tarde lluviosa decidió que había llegado el momento de suicidarse, caminó lentamente hasta salir de la ciudad, llegó al campo y comenzó el ascenso a una colina elegida con anterioridad para dificultar el hallazgo de su cuerpo, lleno de sombríos pensamientos subía y subía totalmente empapado por la lluvia, sacó de su morral el agua y las pastillas que tomaría, lo único que le preocupaba era que no fuesen suficientes,que lo encontraran antes de que estuviera muerto, que lo pudieran salvar ¡no podía permitir eso! se escondería en una cueva o algo así para evitarlo,
de pronto unos repentinos ladridos lo sobresaltaron, tanto que dejó caer las pastillas, un perrito le estaba ladrando furioso dando vueltas en torno a el, trató de espantarlo y nada, el perrito dale a ladrar, cada vez mas cerca, cada vez mas audaz, asustado se inclinó para coger una piedra para defenderse y el muy canalla aprovechó para dar un salto y prendérsele de una nalga, gritando de dolor daba saltos para poder sacudirselo como fuera, en eso un chico salido de no se donde silbo y llamó al perrito que lo soltó y se alejó con una ultima mirada de desden, sabiéndose el absoluto vencedor de la batalla.
El se quedo paralizado, aturdido y lleno de dolor, de pronto se le ocurrió un terrible pensamiento ¿y si el perro tenía rabia? pues si, podía ser, hasta espuma le pareció ver en su hocico y aterrorizado empezó a correr y no paró hasta llegar al hospital donde le desinfectaron la herida y le aplicaron la primera y dolorosa dosis de las vacunas antirrábicas.
Esa noche, en el café donde siempre nos reuníamos, tuvo la valentía de contarnos la historia tal y como había sucedido.
Como comprenderán las risas cada vez que tocaba el tema, no le permitieron nunca mas hablar de suicidios.

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